Sí, duele. Sí, merece la pena.

¿Qué es esto? ¿Una loca y masoquista canción indie de amor pasional? ¿La llamada estoica a una resistencia heroica? Confieso que yo también me lo pregunté, pero os pido que lo leáis de nuevo conmigo: “Duele, merece la pena”. De acuerdo, es un claim provocador (¡y muy bueno!), pero fijaos en la segunda parte: “Merece la pena”. ¿No creéis que es aquí donde está el sentido de la frase? Hacedme caso: es ese final optimista el que lo convierte en un mantra. Adelante, probad a repetidlo. ¿Os dais cuenta? ¡Claro que es un mantra! Y de los buenos.

Se podría decir de muchas maneras, por ejemplo así: toda ganancia implica un sacrificio; o mejor: no hay ganancia sin riesgo, pero sería muy aburrido. Yo me quedo con la frase de la intro de Fama, una serie de los 80: “Buscáis la fama, pero la fama cuesta. Pues aquí es donde vais a empezar a pagar”. Es un poco masoquista, lo admito, pero transmite muy bien esto de lo que hablamos, ese mantra que os invito a repetir: “Duele, merece la pena”. ¿No estáis ya más convencidos?

Es difícil encajar ese puzle de tres piezas que es la trinidad de los programas online: trabajar, estudiar, tener vida, un buen rompecabezas al que se añadirán piezas a medida que avanzáis. Os dolerá aceptar vuestra propia ignorancia (primer peldaño en la empinada escalera de los postgrados de la Nebrija), o el fallar una prueba o una fecha de entrega; y a lo mejor os ataca el famoso miedo al fracaso, siempre lleno de interpelaciones retóricas: “¿Seré capaz?”, “¿servirá para algo?”. Otro tipo de dolor.

Así que, si me preguntáis, ya sabéis la respuesta. ¿Duele? Sí. ¿Merece la pena? También, pero no me digáis que es algo nuevo para vosotros. Para decidirse, basta con trasladar el dolor, la renuncia o el sacrificio a la otra cara del espejo, y hablar de constancia, esfuerzo, voluntad, perseverancia… ¿Os parece mejor?

Todos tendréis vuestros deseos y expectativas al elegir un programa de formación online, quizá un título o un ascenso, o tal vez otra cosa, pero sólo el esfuerzo medirá la temperatura de vuestro deseo. Es así de simple en realidad: querer algo y esforzarse para lograrlo, aunque al principio no sea suficiente. Porque aprender es transitar un camino espinoso, y éste sólo se recorre curándose las heridas para volver a intentarlo, para fracasar de nuevo, para fracasar MEJOR. Dolerá, es cierto, pero merecerá la pena.

Los pequeños sacrificios serán los más difíciles: abandonar una lectura, olvidarse de la película que resuena al otro lado de la puerta, volver a renunciar a esa reunión de amigos en el local de la esquina. Y así todos los días, de lunes a domingo, discutiendo con uno mismo y con los otros, convenciendo, transigiendo… Eso significa aprender: continuar adelante y no desfallecer, buscar la autoexigencia, insistir, responder una y otra vez a los nuevos retos y hacerlo siempre con ahínco y energía. Ya digo: duele, pero merece la pena.

Casi todo lo relevante adquiere en la vida la textura y el sentido de un rito de paso. Y así fue para mí el año en la Nebrija. Seguramente dormí menos, y sin duda envejecí más rápido. Dolió, es cierto, pero os aseguro que mereció la pena.

 

Rubén Sáez Carrasco

Especialista en marketing estratégico. 

Máster universitario en marketing y publicidad digital. 

Promoción 2013-2014

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