Nuestra NEBRIJA 29 abril 2019

49 nio. En España, por ejemplo, el porcentaje de trabajadores con estudios superiores, 25%, se dispara al 60% cuando consi- deramos al 1% más rico de la población. Dicho de otra forma, un título universitario no garanti- za una vida económica desaho- gada; sin embargo, la mayoría de los ricos tienen uno. Como contrapunto, el progreso educativo comporta una se- rie de desafíos que debemos abordar. Una de las principales preocupaciones en los países desarrollados es la relación encubierta entre educación y desigualdad. Si clasificamos a la población en función de su nivel educativo, nos encon- tramos con que las mayores desigualdades de salario y renta se producen, precisa- mente, en el grupo de los más cualificados. Este patrón se ha acentuado durante los últimos años. En este punto, convie- ne notar que una desigualdad creciente puede tener efectos desfavorables para el progreso y la estabilidad política de las sociedades. De hecho, parte del surgimiento reciente de al- gunos movimientos populistas alrededor del mundo se debe a que importantes segmentos de la población, a pesar de vivir razonablemente bien, han visto sus expectativas frustradas al sentirse excluidos de (cuando no perjudicados por) los bene- ficios derivados del crecimiento económico y la globalización. ¿De dónde surge, pues, esta relación entre educación y des- igualdad? El número de facto- res es considerable y mencio- naremos apenas dos. En primer lugar, existen desajustes educa- tivos en el mercado laboral. En los países de la OCDE alrede- dor del 25% de los trabajadores con estudios universitarios ocu- pan puestos de trabajo para los que no se requiere dicha for- mación, un fenómeno conocido como “sobreeducación”. Estos trabajadores no solo reciben salarios por debajo de su po- tencial, sino que también están más insatisfechos laboralmen- te. Otro porcentaje significativo de trabajadores, algunos de ellos universitarios, carece de las capacidades y habilidades necesarias para desempeñar de forma eficaz su trabajo. Des- de un punto de vista global, estos desajustes suponen una pérdida de eficiencia. Crean, además, una dualidad en el mercado laboral, donde traba- jadores bien remunerados y sa- tisfechos, en razonable sintonía con sus puestos de trabajo, co- existen con trabajadores des- encajados que no explotan su potencial. El segundo factor es el crecimiento exponencial de las rentas laborales percibidas por trabajadores cualificados con funciones de responsabili- dad. El alto nivel de especiali- zación requerido por empresas cada vez más globales benefi- cia prioritariamente a aquellos individuos que por formación y trayectoria encajan en perfiles profesionales quirúrgicamente diseñados. Paradójicamente, estos perfiles combinan un alto grado de especialización con competencias transversales de difícil adquisición. Desde las universidades com- partimos la responsabilidad de pulir estos desajustes. La tarea no es sencilla porque la mayo- ría de las ocupaciones que más se demandarán en 20 años aún no se ha anticipado. Esta rea- lidad acentúa la sensación de que los universitarios de hoy se beneficiarán de forma muy desigual de su inversión edu- cativa una vez accedan al mer- cado laboral. Habrá ganadores y perdedores. Por eso, desde la universidad debemos estar muy atentos a las necesidades y urgencias que las empresas enfrentan en su día a día. Para ello es necesario tender puen- tes e involucrarlas en el diseño (y patrocinio) de los programas universitarios del futuro, identi- ficando vacíos de conocimien- to, paquetes de habilidades, transversalidades entre áreas y oportunidades tecnológicas. Solo así estaremos en condicio- nes de proporcionar el talento y la autonomía que los estudian- tes necesitan para explotar su potencial. Corresponde a es- tos, a fin de no malograr sus expectativas, ser exigentes con las instituciones, seleccionando universidades que, además de emitir títulos, tengan una trayec- toria de impacto social a través de la transferencia de conoci- miento, la investigación y la co- laboración empresarial. L os universitarios se beneficiarán de forma muy desigual de su inversión educativa cuando accedan al mercado laboral Artículo publicado en Cinco Días el 1 de marzo de 2019

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