Paloma Chamorro o el pensamiento televisivo moderno

Convertirse en un icono es peligroso. A los iconos se les venera, pero también se les niega. De la noche a la mañana el pódium se tambalea y el que fuera símbolo de una época no es más que emblema errático mendigando palabras. Algo así le debió de ocurrir a la periodista Paloma Chamorro: de ser imagen (televisiva) de la movida madrileña –aquellos dorados pero corrosivos años 80–, pasó a convertirse en leyenda, en huella transgresora del ayer. Sin embargo, ahora que la protagonista de nuestra historia nos ha dejado, y que la sombra de lo políticamente correcto es alargada, es justo recordar que en otro tiempo existieron profesionales con agallas que se dejaron la voz por acercar un tipo de cultura popular que bullía por las calles.

Hoy, cuando la música en televisión -¡para qué hablar del arte!- es un producto de consumo mal enlatado y repetitivo, los programas de Paloma Chamorro, hechos la mayoría con cuatro duros y gran dote de improvisación, se antojan actos subversivos tanto por la libertad que destilan los invitados como por el elevado tono, que en ocasiones, toman los debates. La Edad de Oro, su emisión más conocida, que se mantuvo en antena dos años, no fue más que el resultado final –a modo de una gran mascletá ibérica con mucha tachuela y pelos de colores– de infinidad de programas y documentales culturales previos que desde los años setenta abonaron el terreno para este programa-acontecimiento. La Edad de Oro, en definitiva, fue un accidente estético único que no volvería a repetirse nunca en nuestra televisión.

Por los espacios diseñados por Paloma Chamorro –cuando la televisión entendía la autoría como un valor en alza–, pasaron personajes de la talla de Salvador Dalí, Joan Miró, Keith Haring, Robert Mapplethorpe…, o un Pedro Almodóvar (ya) extasiado y enredado en un laberinto de pasiones llamado Madrid. Personajes que potenciaron la dimensión lúdica (que no superficial) de los proyectos televisivos de Chamorro, contribuyendo de esta forma a la normalización y democratización de la cultura. Ojo, cultura no apolillada ni hecha de mármol; cultura viva y guerrera; no la cultura domesticada y afectada que nos presentan, en demasiadas ocasiones, los medios.

La cuestión, finalmente, es rendirle un modesto homenaje a quien con templanza, pero con determinación, construyó una de las carreras más honestas y erráticas de la televisión. (Lo de la transgresión, y toda la parafernalia moderna, lo dejamos para otro debate).

Walk on the wilde side!

Nicolás Grijalba
Coordinador del Grado en Comunicación Audiovisual y del Grado en Periodismo de la Universidad Nebrija.

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