La factura del Brexit está sin pagar

Las verdaderas consecuencias dañinas sobre el comercio serán evidentes en cuanto salgan de la UE.

Habitualmente, cuando se celebra un acuerdo todas las partes ganan. El beneficio mutuo es el elemento que facilita la realización de acuerdos. Pero existen otros acuerdos en los que los firmantes quieren cerrar una situación de desgaste en las que ambas partes se están desangrando y quieren delimitar las pérdidas. El reciente acuerdo entre la UE y Reino Unido es uno de estos últimos. Cuando se trata de repartir pérdidas el acuerdo es más costoso y así queda evidenciado en las 585 páginas del borrador de acuerdo.

De alguna manera, el documento presentado el último domingo de noviembre es un tratado de paz y trata de facilitar una salida ordenada de Reino Unido. Todos pierden. No es bueno para nadie, pero los costes tendrán que soportarlos principalmente los británicos, que son los que han pedido la aplicación del artículo 50 del Tratado de la UE. En este sentido, no hay Brexit bueno desde el punto de vista económico. Todos son negativos económicamente, pues conllevan pérdidas. Las perjuicios son especialmente relevantes para Reino Unido, que se está dando cuenta de dos factores: por un lado, de lo difícil que es separar los lazos tejidos durante décadas y por otro, de lo complicado que es negociar con la UE (27 países más sus instituciones; por ejemplo, el Parlamento demanda derecho de veto sobre el acuerdo en asuntos clave como la extensión del periodo transitorio). Adicionalmente, deberían notar que, ante el surgimiento de nuevos gigantes económicos (como China o la India), Reino Unido ya no es la potencia mundial que antaño fue y que, por lo tanto, quizás la defensa de sus intereses se realice mejor con aliados fuertes como la UE que de manera aislada.

En cualquier caso, a pesar de las dificultades para llegar a un acuerdo, la economía de Reino Unido ha mantenido hasta ahora un crecimiento razonable. Es cierto que en la expansión actual se sitúa en la banda baja del crecimiento de los países de su entorno cuando antes del referéndum de junio de 2016 lideraba el crecimiento.

Sin embargo, mantiene una reducida tasa de paro en un contexto en el que tanto el Gobierno como el Banco de Inglaterra tratan de recuperar márgenes de maniobra para hacer frente al impacto de la salida. Actualmente, se pueden observar efectos anticipatorios y de incertidumbre, pero las verdaderas consecuencias dañinas sobre el comercio serán evidentes al poco tiempo de salir. Entonces, la mitad del comercio se verá afectado directamente, la armonización normativa que reduce las barreras no arancelarias (incluida la intermediación del Tribunal de Justicia ante discrepancias) irá desapareciendo y las barreras sectoriales (incluidos los servicios) serán crecientes. El acuerdo ha conseguido aplazar los efectos del Brexit y reducir parcialmente la incertidumbre. La salida efectiva de Reino Unido no se va a producir en un futuro cercano, al menos antes de dos años (quizás en 2021 de acuerdo con el aplazamiento acordado), pero algunos agentes ya están tomando decisiones de inversión que afectan a la economía británica, por eso la desaceleración observada.

Los modelos económicos permiten analizar el impacto tras la salida efectiva con diferentes metodologías. La recopilación de los resultados de los mismos permite concluir que en la UE la situación cambia poco con algunos aspectos positivos que pueden compensar el impacto negativo de un mercado más reducido. Para Gran Bretaña la pérdida puede rondar los tres puntos porcentuales del PIB. El impacto calculado es mayor cuando se combinan los efectos sobre distintas variables (comercio, inversión, migraciones…) pues los efectos se retroalimentan. Ciertamente el efecto no es dramático y puede ser un coste asumible por Reino Unido si es una decisión con mayoría suficiente y de carácter democrático. El momento cíclico en el que se encuentre la economía británica será crucial para determinar las consecuencias sobre los ciudadanos de esta caída del PIB.

El acuerdo alcanzado el último domingo del pasado mes de noviembre consigue aplazar estos efectos sobre el crecimiento y reducir la incertidumbre. Reducir, que no eliminar, la incertidumbre pues seguirá estando presente durante los próximos años. En cualquier caso, esta opción por la que se acuerda un aplazamiento es menos perjudicial que un Brexit desordenado en el corto plazo.

Desafortunadamente, el proceso de negociación queda abierto y ambas partes seguirán desgastándose en discusiones interminables. Esto es así por varios motivos. En primer lugar, porque ahora toca refrendar la propuesta tanto en el Parlamento británico como en los de la UE, los resultados son inciertos y podrían derivar incluso en un nuevo referéndum o en elecciones en Reino Unido.

En segundo lugar, la confrontación no queda cerrada de manera definitiva porque la propuesta no es completamente vinculante. Quedan bastantes flecos que deberán irse cerrando en los dos próximos años. Por ejemplo, hay que cerrar acuerdos sobre aspectos tan importantes como el modelo comercial final, los trabajadores europeos en otros países o las obligaciones financieras.

En definitiva, el reciente acuerdo ha sido un paso en la dirección deseada por Reino Unido, pero con un coste elevado para ellos. En primer lugar, porque se han encontrado con una UE que pretende desincentivar procesos similares por parte de otros socios. En segundo lugar, porque los intereses nacionales de los 27 países encuentran respaldo en la UE frente al aislacionismo pretendido por Gran Bretaña. Finalmente, en Reino Unido existe una fragmentación política evidente en lo relativo al proceso. Durante los próximos años cabe esperar que se produzcan procesos de negociación complejos con avances reducidos y tensiones internas en Reino Unido. Estos pueden derivar en resultados muy dispares que van desde una ruptura desordenada hasta la representación en la esfera pública de un Brexit descafeinado, con reducidos efectos reales. Durante el proceso, la incertidumbre seguirá impactando negativamente en Gran Bretaña, no tanto en la UE.

Juan de Lucio Fernández
Profesor de Economía de la Universidad Nebrija

Artículo publicado en Cinco Días el 04 de diciembre de 2018

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