El vestuario permite a la diva Tosca expresar todo su carácter en continuos movimientos

Tosca no es un personaje de la ópera homónima, sino dos. Su vestuario configura esa dualidad con la soprano al menos en la versión que el Teatro Real pone en escena hasta el 24 de julio. María Redondo, profesora de Historia del Traje y Sociología de la Moda en el grado en Diseño de Moda de la Universidad Nebrija, explicó la relevancia textil de la protagonista de uno de los papeles femeninos “más complejos” de Giacomo Puccini. Su conferencia cerró el ciclo Hilvanes de ópera, fruto de la colaboración entre el Teatro Real y la Facultad de Comunicación y Artes de la Nebrija, representada por Sonia Lázaro, coordinadora del grado.

La ópera, coproducción del Liceu de Barcelona y del Teatro de la Maestranza de Sevilla, cuenta con la escenografía y dirección de escena de Paco Azorín, que, según María Redondo, “ha querido renovar el vestuario de Tosca con el fin de realzar el carácter de diva de la protagonista”. Otro de los grandes nombres, en este sentido, es el diseñador toledano Ulises Mérida, “cuyo trabajo no ha resultado nada fácil” en el engranaje de la pieza.

De acuerdo con las explicaciones de Redondo, Tosca, en el primer acto viste un abrigo-capa de lana azul marino, confeccionado en un paño que pertenece a los almacenes del Teatro Real. Debajo luce un vestido en crepé pesante, “un conjunto sobrio que se funde con el escenario y cuyo movimiento es capaz de trasmitirnos los celos y el fuerte carácter de esta diva de la ópera; con sus aspavientos, el vestido gira”. Más adelante, Tosca luce un vestido rojo multicapa de gasas y organzas y también una capa de gasa en seda negra, “prenda etérea, dinámica, que vuela”.

Fuerte, pero frágil

El vestuario ideado por Ulises Mérida acentúa a una mujer “sofisticada y fuerte, pero frágil”. María Redondo lo acotó durante su ponencia: “En la ópera Tosca –estrenada el 14 de enero de 1900 en el Teatro Costanzi (Roma)- la acción y la música se fusionan. Es una obra anticlerical, una crítica al poder absoluto hacia los artistas, un thriller cinematográfico del que resulta difícil de escapar. Resulta una ópera avanzadísima para la época porque anticipa el cine. Una historia de suspense e intriga donde el vestuario es un personaje más”.

Después de referirse a los trajes austeros y oscuros “como las películas del género negro” de una parte de los personajes en escena y a las vestimentas que van desde “los nuevos tiempos de la moda inglesa” de Mario Cavaradossi, pintor que ama a Tosca, al “cierto refinamiento” de Scarpia, jefe de la policía romana, el villano, en definitiva, Redondo resaltó la figura “importante y novedosa” de una mujer joven desnuda, “que personifica la revolución y que parece inspirada en La libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix”.

La profesora de la Universidad Nebrija, especialista en indumentaria del siglo XVIII y directora de Caligrama Proyectos Culturales, también describió la puesta en escena de Paco Azorín y cómo el realismo del primer acto “se va diluyendo” en el expresionismo del segundo y en el simbolismo del desenlace. “Realmente ha quitado el polvo de la tradición para que se vea como si fuera la primera vez, como quería en el estreno Puccini”, observó. En esta línea, Azorín rinde un homenaje a Isidre Prunés, escenógrafo y figurinista de teatro, ópera y cine, que falleció 2014 y que compartió trabajos con él.

 

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Foto de Tosca: © Javier del Real | Teatro Real. Sondra Radvanovsky (Floria Tosca) y Carlos Álvarez (Barón Scarpia)

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