¿Para qué sirven tantas semanas de vacaciones escolares?

Parece que nunca llegan. Los más pequeños de casa las esperan con gran ilusión; finalizan el curso académico visiblemente exhaustos, intelectualmente cansados y por encima de todo ansiosos ante la expectativa. ¿De qué hablamos? Efectivamente, de las vacaciones escolares de verano.

Días de verano

En Europa cada país cuenta con un número diferente de días de vacaciones escolares en la etapa de Educación Primaria, situándose España –junto con Turquía, Ucrania, Moldavia, Bielorrusia, Lituania y Letonia– en una de las posiciones más altas, con 13 semanas en el periodo estival. Por encima se encuentran Bulgaria (16), Italia y Rusia (14). Sin embargo, con menos semanas de descanso en este periodo quedan muchos otros países, como Estonia y Grecia (12), Rumanía, Hungría y Portugal (11), Suecia (10), Irlanda y Polonia (9), Noruega y Francia (8) y, en la cola, Alemania, Dinamarca y Países Bajos (6).

En la mayoría de los países, las vacaciones más largas llegan al final de curso. Las fechas precisas vienen definidas por zonas, regiones o cada una de las comunidades, que establecen el comienzo y el final de las clases.

Países como España, Francia e Italia hacen coincidir este parón con el periodo de verano. Uno de los principales motivos son las altas temperaturas en los meses de julio y agosto, que dificultan la asistencia a las aulas y el seguimiento de las clases. Los países de América Latina tienen el mismo formato pero con sus meses de verano (de diciembre a marzo).

Terminan las clases y comienza el ansiado periodo de libertad para los escolares y el momento de mayor estrés para los padres. Surgen las preguntas: ¿qué hago con los niños?, ¿por qué tienen tantas vacaciones?, ¿cómo voy a conciliar su descanso con mi trabajo?, ¿tienen que hacer deberes?, ¿es bueno que se desconecten tanto de la rutina?

Estas cuestiones no tienen una respuesta fácil. A lo largo de los años son muchos los autores y estudios que han intentado darles respuesta. La mayoría concluyen que un descanso entre periodos lectivos es positivo, ya que aporta a los niños y niñas la posibilidad de consolidar los conocimientos y renovar energías para afrontar el resto del curso.

¿Benefician las vacaciones a los escolares?

La respuesta directa a esta pregunta sería sí. Entrando un poco más en el análisis, podemos ver que los beneficios son varios:

  • Favorece el descanso. En el día a día, los escolares tienen unas rutinas con altos niveles de exigencia: levantarse pronto, acudir a la escuela, realizar actividades extraescolares, hacer los deberes… Esto implica un desgaste tanto físico como emocional que los niños y niñas no serían capaces de asumir de forma ininterrumpida, apareciendo problemas relacionados con la ansiedad y el estrés.

    En ocasiones, exigir al menor una dedicación intensiva que no se corresponda con sus propias competencias y expectativas puede generar graves déficits emocionales, llegando a provocar depresión infantil. Es importante plantear un cambio en vacaciones: parar y permitir a los niños y niñas establecer nuevas rutinas que incluyan descansos más largos, periodos más cortos de trabajo y niveles de exigencia más bajos.

  • Desarrolla el vínculo familiar. Durante las vacaciones de verano, al menos un periodo de tiempo se dedica a actividades, viajes o excursiones en familia, lo que permite mejorar las relaciones.
Una mujer y tres niños en bañador caminan hacia la orilla en una playa.
El tiempo de vacaciones ayuda a fortalecer los vínculos familiares.
Kiran Foster / Flickr, CC BY
  • Fomenta el contacto con el medio. En el periodo estival, los niños y niñas suelen estar más en contacto con la naturaleza en la playa, la piscina o la montaña. Estos momentos se pueden aprovechar para consolidar los aprendizajes escolares y entender el contexto más allá del libro.
  • Permite a los niños y niñas tomar un mayor número de decisiones. En el día a día vivimos demasiado rápido, los horarios están siempre muy apretados, tratamos de exprimir cada minuto realizando mil tareas a la vez: mandamos un mensaje mientras ponemos la lavadora y repasamos los deberes de inglés… Esto hace que no tengamos tiempo para preguntarles a nuestros hijos qué quieren y les presentemos todo su día organizado y planificado al detalle.

    En vacaciones esto no ocurre. Nos permitimos el lujo de querer saber qué les apetece hacer a ellos. Estas opciones permiten hacerles participes de su propia vida y aumentar sus niveles de autonomía y responsabilidad.

Algunos peros…

Debemos plantear también cuáles son las dificultades de las vacaciones escolares. Principalmente encontramos:

  • Conciliación familiar y laboral. Los periodos vacacionales escolares tan largos no se corresponden con los periodos laborales, lo que lleva muchas veces a recurrir a múltiples recursos: campamentos escolares, abuelos, personas de apoyo. Los niños y niñas pueden percibir que la rutina y la exigencia continúan, ya que, si bien las actividades o la ubicación pueden cambiar, los horarios, no. Además, pueden sentir que sus cuidadores principales no están “todavía” disponibles y tienen que quedarse con otros.
  • La ausencia total de rutina también desequilibra a los pequeños. Las comidas se retrasan, se consumen más helados y chucherías y la escritura o la lectura quedan en un segundo plano.

Todo lo bueno se acaba

Con todo esto, ¿a que conclusión llegamos? ¿Son malas las vacaciones? ¿Son muchas?

Las vacaciones son necesarias: que existan, que empiecen y también que se acaben. Su existencia ayuda a fijar un objetivo, a ser capaces de hacer un esfuerzo constante por conseguir una recompensa.

Su adecuada gestión debe obedecer a un equilibrio entre calidad educativa, políticas sociales y disponibilidad de recursos, así como tener muy en cuenta la conciliación de la vida familiar y la laboral.The Conversation

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Sandra Ruiz Ambit, docente de la Facultad de Lenguas y Educación de la Universidad Nebrija.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Foto de portada: Justin Connors / Flickr, CC BY-NC

Comentario

  1. Son supernecesarias. Y de lo de la ausencia de rutinas, bueno, depende de los límites que la familia proponga, de las actividades que se propongan y de la capacidad de los niños para entretenerse. Todos estos aspectos se trabajan desde pequeños y hay que evitar dejarles hacer de todo, marcarles horarios, uso excesivo de pantallas y proponer actividades en casa que durante el invierno no se realizan. Se deben hacer responsables progresivamente de que el hogar funcione. Si es un problema cuando son pequeños, pero cada vez existen más actividades propuestas por los ayuntamientos en los propios centros escolares.