No hay atajos hacia la cumbre

Cuando me decidí a estudiar un máster semipresencial, sabía que me estaba complicando la vida. Era un esfuerzo añadido a todo lo que entonces tenía entre manos pero, claro, fue inevitable: me gusta el monte.

Siempre que dudo ante algo, recuerdo y comparo como me siento cuando estoy allí. Etapa tras etapa, esfuerzo, más esfuerzo, dolor… de todo.

Siempre que estoy cerca del final, vuelven a surgir cientos de excusas para bajar y una sola para seguir subiendo. Es el afán de superación lo que me motiva a seguir, a perfeccionarme a mí mismo, en lo humano y en lo profesional. Es lo que me ayuda a vencer los obstáculos y dificultades que se presentan. Es lo que desarrolla mi capacidad de hacer los esfuerzos necesarios para lograr cada objetivo que me propongo porque al cabo de los años he aprendido que si cuesta, merece la pena. Por eso siempre después de dudar, sigo.

Nunca hay atajos a la cumbre. Eso sí, duele, pero merece la pena.

Por eso estudié un programa semipresencial en la Nebrija.

También debía subir esa montaña paso a paso, por mí mismo. Salí de mi zona de confort, en la que domino mis conocimientos, mis habilidades, mis actitudes y mis comportamientos para instalarme por un tiempo en la zona de aprendizaje, con el objetivo de observar, enriquecerme y formarme.

Como en el monte, también aquí, tuve que ser perseverante y positivo. Tuve que tener paciencia y sobre todo constancia en la preparación y confianza plena en que iba a lograr el objetivo.

Una vez más, con el máster redescubrí que los límites nos los ponemos nosotros mismos, que los obstáculos se superan cuando de verdad lo queremos conseguir.

John Lubbock decía que nunca había que medir la altura de una montaña hasta que no se llegara a la cumbre porque entonces se comprueba que no era tan alta como pensabas…

Lo comprobé, llegué a la cumbre.

Disfruté con el esfuerzo, aprendí, me superé y acabé el máster.

Javier Arrieta

Javier Arrieta

Montañero

Alumno del Máster en Creación y Dirección de Empresas (2013-14)