El profesor Roberto Álvarez, de la Escuela Politécnica Superior, reflexiona en este artículo sobre la implantación del coche eléctrico en nuestra sociedad.
Estos últimos años ha crecido la sensibilidad social respecto al problema de las emisiones de óxidos de nitrógeno y dióxido de carbono y sus consecuencias. Estos gases se producen cuando se queman materias como el carbón, la madera o los llamados combustibles fósiles (gases licuados del petróleo, gas natural, gasolina o gasóleo). Superar un umbral de concentración de estos gases en la atmósfera es nocivo para la salud y, además, colabora con el calentamiento global, ya que al no dejar disiparse la radiación infrarroja provoca ‘efecto invernadero’.
El vehículo privado viene contribuyendo históricamente con este problema, generando el 82% de las emisiones debidas al transporte de viajeros por carretera, sin cambios importantes desde el año 2000. Concretamente, las ciudades europeas son las responsables del 40 % de todas las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas al tráfico. Lo sabemos bien los habitantes de Madrid cuando recordamos la activación del protocolo de medidas para episodios de alta contaminación aplicado el pasado año en noviembre y diciembre.
Hasta ahora, la gran apuesta para la reducción de emisiones derivadas del transporte se basa en la mejora del vehículo como agente contaminante y en el uso de los transportes públicos. En este contexto, se debe enmarcar el resurgir del vehículo eléctrico, que esta vez parece que ha llegado para quedarse. Pero no aplaudamos tadavia, porque actualmente el vehículo eléctrico más vendido es el híbrido (que mezcla dos tecnologías: eléctrica y combustión), que emite directamente y que solamente ofrece una ventaja respecto al vehículo eléctrico de batería: la autonomía.
Nada que ver con el citado vehículo eléctrico de batería, con emisiones cero en el punto de uso y que, indiscutiblemente, mejoraría la calidad del aire en las grandes y congestionadas ciudades. Por otro lado, es seis veces más barato en euros/km respecto a los de combustión y, aunque el gasto inicial de compra pueda ser mayor, es amortizable gracias al ahorro en combustible y mantenimiento.
Visto desde este sencillo marco es evidente que un vehículo que no emite gases, ni ruidos, que es más eficiente, económico y duradero eliminaría del mercado al vehículo de combustión en cuestión de pocos años. Sin embargo, no ha sido así, en 2015, el mercado europeo de vehículos eléctricos de batería alcanzó un crecimiento en ventas cercano al 80%. En España el incremento fue de un 67%, sin duda, fomentado por el ya extinto plan MOVELE (10 MM euros/año) e impulsado por la creación de puntos de recarga, que hacen que en total haya en España 780 estaciones.
Pero si la pregunta fuera ¿se han hecho bien las cosas?, la respuesta sería “evidentemente no”, dado que la cuota de mercado en España del vehículo eléctrico de batería apenas llega al 0.16%, muy baja si la comparamos con Noruega, donde un coche de cada seis vendido es eléctrico (18.4% de cuota de mercado).
Hay quien considera que la autonomía actual no satisface sus necesidades, que la recarga es demasiado lenta, que no todo el mundo puede recargar el vehículo en su casa, que es demasiado caro, etc. Pero, ahora que le estamos viendo las orejas al lobo, ¿será verdad que esta vez es la definitiva para la popularización definitiva del coche eléctrico? Lo que está claro es que, como cantaba Dylan, los tiempos están cambiando. Esperemos que para bien y que sea rápido, porque hemos desperdiciado demasiado tiempo y oportunidades.
Roberto Álvarez, profesor de la Escuela Politécnica Superior
