La música de Gioachino Rossini y de Pauline Viardot alumbran el vestido de la Cenicienta

La Cenicienta es uno de los personajes más populares entre chicos y grandes. Con aproximadamente 350 versiones, el cine -desde Walt Disney (1950) hasta el director Kay Cannon (2021)- y la ópera han avivado el mito.

De los dos montajes –y sus vestuarios- de La Cenicienta que se han podido ver esta temporada en el Teatro Real, disertó María Redondo, profesora de Historia del Traje y Sociología de la Moda y experta en el vestuario del siglo XVIII. Su conferencia, fruto de la colaboración entre El Teatro Real y el Grado en Diseño de Moda de la Facultad de Comunicación y Artes de la Universidad Nebrija, formó parte del segundo ciclo Hilvanes de Ópera.

La primera propuesta, con música de Gioachino Rossini (1792-1868) y coproducción de Den Norske Opera de Oslo y la Opéra National de Lyon, cuenta con la maestría de la figurinista Esther Bialas, que juega con la estrategia del disfraz de los personajes, que multiplican sus vestuarios según las circunstancias de la acción. Así, María Redondo evidenció lo llamativo de las prendas de los personajes más cómicos como Don Magnífico o las hermanastras, enfundadas en su ropa interior, mientras la Cenicienta recurre al azul típico de su falda y Alidoro pasa de tejidos toscos y terrosos cuando va de mendigo a tonalidades más vivas cuando sale a escena como magistrado o alto cargo eclesiástico.

En definitiva, esta versión representa “un cuento de hadas burlesco” que recuerda a influencias del comic, el musical o la película de Disney “con un lenguaje que se acerca al kitsch”.

Público joven

Diferente resulta la Cenicienta de Pauline Viardot (1821-1910), en una producción del Teatro Real con el Teatro de la Maestranza de Sevilla, el Teatro Cervantes de Málaga y la Fundación Ópera de Oviedo, con la que se pretende rendir un homenaje a la gran mezzosoprano y también compositora francesa de quien se conmemora este año el bicentenario de su nacimiento. Pensada para un público juvenil, y bajo la dirección de Guillermo Amaya y la escenografía de Pablo Menor Palomo, el montaje es una adaptación cómica y divertida del célebre cuento homónimo de Charles Perrault, en el que la madrastra es sustituida por un padre torpe y desgarbado, y la trama acontece en las salas de un museo.

María Redondo, durante su intervención, analizó como el vestuario “se convierte en espectáculo” de la mano de la figurinista Raquel Porter. La sencillez de la bata y la levita del barón contrasta con las mangas con volúmenes de varios personajes “con tintes contemporáneos” al estilo de la cantante Rosalía o al de las famosas galas del Met, el evento benéfico de moda de Nueva York. En la propuesta, descollan las hermanastras influencers –influentes-, que se hacen selfies –autofotos- y cuidan su manicura y maquillaje. Además del “tremendo” colorido del vestuario de las jóvenes, la profesora de la Nebrija también describió la “vaporosa” hada madrina y el vestido de Cenicienta, compuesto por un escote palabra de honor amarillo y una falda azul. Aunque lo que verdad deja sin aliento al público joven es el “modernísimo” zapato con el borde de la suela con luces led, que se encienden en el momento más conocido del cuento.

Acompañada por Sonia Lázaro, coordinadora del Grado en Diseño de Moda, y Antonio Sierra, coordinador del Grado en Artes Escénicas, María Redondo remató la sesión con estas palabras: “Al fin y al cabo estas dos cenicientas son modernas y tienen fuerza y decisión para ser felices y comer perdices”. Fin del cuento en dos óperas.

 

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Foto de portada: © Javier del Real | Teatro Real.

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