La educación emocional y la disciplina positiva, una corriente educativa que se posiciona en contra del castigo, pueden echar una mano a educadores, madres y padres en el día a día con los niños y los jóvenes. En esta clave, la paciencia “infinita en un mundo en el que todo es inmediato” y el autocuidado de los adultos, con “espacios de calma” sin móvil para respirar y alejarse del estrés y la ansiedad, son “desafíos” que pueden hacer más sanas las relaciones entre generaciones.
Así lo argumentó Laura Ortega, educadora emocional y responsable del proyecto Meraki; Talleres de desarrollo creativo para niños, adolescentes y adultos, en una nueva sesión del ciclo Educación al rescate, organizado por la Universidad Nebrija con profesionales de diferentes áreas del conocimiento.
En la jornada celebrada en León, Laura Ortega explicó que en la actualidad “vivimos más deprisa y queremos más cosas, y eso en un lastre para la educación igual que el tema de los dispositivos y las redes, que afectan de manera directa a la atención y la concentración también de los adultos”. En sus charlas en centros educativos, gabinetes de psicología y clínicas, Ortega habla de mindfulness, de yoga, de meditación, del “estar en el aquí y ahora, en el presente”, y divulga el fomento de la paciencia y el contacto con la naturaleza “para quitar todo el ruido mental y tomar un poco de aire”.
Estas prácticas alientan a cultivar el autocuidado, un elemento “importante para los maestros y los padres porque si no te cuidas tú mismo, la educación, en general, va a ir cuesta arriba”. Pactar el tiempo con los móviles y las tabletas y evitar ver las series de un tirón son dos ejemplos que reman a favor de una educación en positivo.
Liberar el volcán emocional
Para autogenerar ese bienestar personal, la asesora pedagógica se refirió a “amortiguadores emocionales” como los paseos, las quedadas con amigos, los gimnasios, o ver un capítulo de una serie. “Vamos liberando nuestro volcán emocional, nos descargarnos de estrés y ansiedad, que al final nos pueden pasar factura. No tenemos que olvidar que somos sembradores, jardineros, que riegan el bambú, que tarda seis o siete años en germinar, y luego crece muy rápido. Confiad, tened paciencia, porque estos adolescentes terminarán de mayores comiendo paella los domingos en vuestra casa”, dijo.
En su opinión, resulta necesario que el adulto gestione sus propias emociones.: “Yo no puedo pedir silencio gritando… las herramientas de actuación se quedan como herramientas si no hay una transformación personal”.
Sobre el castigo, una de las dianas de la educación emocional y la disciplina positiva, Laura Ortega apuntó que “no es efectivo” porque “siempre resulta desproporcionado a la falta”. A su juicio genera revancha, resentimiento, retraimiento o una mayor rebeldía. “¿Por qué es necesario hacer mal a alguien para que aprenda?”, se preguntó. A su juicio, el castigo funciona a corto plazo, “pero no enseña nada, no educa, tenemos que hacerles responsables de su conducta, hay que tener cuidado porque hay una línea fina entre castigo y consecuencia”.
A este respecto, puso ejemplos. Si los padres pactan con sus hijos un horario en el uso de dispositivos electrónicos y un día lo incumplen, al día siguiente se les restará este tiempo de exceso y tendrán menos. O con el manido tema de la llegada a casa por la noche. “Hay que decirles que se han equivocado aquí y cómo podemos hacer para que nuestra necesidad de que estén en casa a una hora y su necesidad de divertirse encajen”. Ahí reside “el noble arte de la negociación” para los límites y normas, aunque “las dos partes tienen que ganar algo”.
“A mí me castigaron y no he salido tan mal”
Ante la retahíla de “a mí me castigaron y me pegaron y no he salido tan mal” que madres y padres protestan en su defensa, la experta adujo que “ya veríamos si es verdad” si un psicólogo analiza ahora en ellas y ellos cómo están.
En la otra cara de la moneda, en los premios, la situación es “la misma”. Por ejemplo, si se come el pescado, tiene helado de postre… “esto me suena a chantaje, manipulación, son conductas que tenemos integradas y pueden funcionar a corto plazo, pero el resultado a largo plazo traerá más problemas que beneficios”.
Contra el exceso de adultismo -el adulto tiene razón siempre y los niños o adolescentes, nunca- y a favor de dedicar tiempo a conocer mejor las etapas por las que pasan nuestros hijos o alumnos, Laura Ortega consideró que los niños y sobre todo los adolescentes “necesitan su espacio para cometer sus errores; tenemos que dejarles ese margen para que adquieran habilidades”. Creer que quitándoles los obstáculos van a tener mejor vida es “erróneo”, porque “esos obstáculos son oportunidades para tomar decisiones y aprender”.
Un caso meridiano, en este sentido, es cuando en los talleres que imparte la responsable de Meraki pregunta al niño su nombre y le contesta rápidamente el padre o la madre porque piensan que su hijo va tardar en decir su nombre. “En esa etapa de desarrollo -aclaró- es normal que la primera vez que se enfrentan a un extraño les dé vergüenza decir su nombre y por eso tardan; vamos a confiar en ellos”.
Revisar la mirada
En el coloquio moderado por Marina Vega, asesora del Departamento de Admisiones de la Universidad Nebrija, Laura Ortega pidió un cambio de mirada hacia la infancia y la adolescencia: “Es muy importante revisarlas, hay cosas que en nuestros actos no funcionan y dejan una huella y una deriva en el corazón de los niños o los jóvenes”. Además, se mostró crítica con los patrones didácticos “que tenemos dentro de nosotros” porque la educación “es algo que se cocina a fuego lento”.
El acompañamiento y la empatía son dos facetas que también aportan en el engranaje de las relaciones en casa y en el colegio o el instituto. Las expresiones como “eres muy joven, tú que vas saber de la vida” o similares que a veces los adultos espetan a los adolescentes van en sentido contrario. “Con qué respeto queremos que nos traten si nos respetamos sus opiniones y criterios, invalidamos sus emociones y a veces los humillamos”, planteó Ortega.
“La adolescencia es una etapa preciosísima. En la infancia mamá y papá son nuestros héroes, pero en la adolescencia nos necesitan de otra manera, necesitan desligarse un poco de nosotros; es mejor tener una empatía brutal con ellos y un buen conocimiento de esta etapa”, concluyó.
Texto: Javier Picos. Fotos: Nacho Nava.