‘Talentoso’, ‘vago’, ‘desordenado’: el efecto de las etiquetas en el desarrollo de la personalidad

En la crianza y en la educación las palabras se convierten en hilos invisibles que contribuyen a la construcción de la identidad de los más jóvenes. ¿Qué pasa cuando esas palabras toman forma de etiquetas, cuando categorizamos con adjetivos que podrían servir de impulso, pero también inhibir? ¿Somos arquitectos benevolentes o limitadores involuntarios de sus sueños?

Las palabras construyen, pero también encasillan. Existe un delicado equilibrio entre elogios edificantes y cadenas que aprisionan. Y es muy conveniente reflexionar si con nuestro uso de las palabras estamos construyendo puentes o barreras para los niños y niñas que las escuchan.

Etiquetas infantiles: más allá del elogio y la crítica

El término etiqueta hace referencia al proceso por el que las personas elaboran una clasificación o descripción para identificar a aquellas personas que se alejan considerablemente de lo “apropiado o no apropiado”.

Algunos expertos las han definido como la atribución de supuestas cualidades a un sujeto determinado que se utiliza para describirlo o identificarlo. En este sentido, cuando las usamos estamos juzgando de manera implícita cuánto se aleja o se acerca una persona a las expectativas sociales o a los criterios establecidos por la sociedad.

Impacto en el desarrollo

Diversos autores consideran dos tipos de etiquetas: positivas y negativas. Respecto a estas últimas, algunos estudios afirman que la expresión consistente de evaluaciones negativas del rendimiento de un niño por parte de las figuras de autoridad que lo rodean puede influir en la percepción tiene sobre sí mismo. Si a menudo le decimos “¡eres demasiado lento!” o “¡te equivocas constantemente!” o “¡siempre lo haces mal!”, será muy difícil modificar esa autopercepción en etapas posteriores del desarrollo.

De forma más específica, estas expectativas pueden tener un impacto en el comportamiento y personalidad, afectando negativamente a su autoestima y autopercepción, lo que puede dar lugar a un sentimiento de inferioridad.

Tampoco las etiquetas positivas son necesariamente buenas. El psicólogo Jonathan Secanella afirma que cuando se etiqueta a los más jóvenes por sus logros, por ejemplo diciendo “habéis hecho bien la prueba porque sois inteligentes”, estamos conectando la valía con el rendimiento. Esto puede hacernos pensar que si el rendimiento baja, también valemos menos.

Por lo tanto, es un error pensar que si obsequiamos a nuestros hijos o estudiantes con frecuentes etiquetas positivas estamos necesariamente ayudándoles a tener mejor autoestima. Hay estudios que muestran cómo las creencias de los padres, que influyen en las etiquetas que pueden poner a sus hijos, impactan en el desarrollo de las habilidades de reconocimiento emocional en la niñez.

Para el niño acostumbrado a pensar que es muy inteligente porque saca buenas notas, por ejemplo, pueden llegar a generar temor hacia el fracaso, mayor intolerancia a la frustración, y mayor autoexigencia.

¿Cómo transmitimos entonces el mensaje de que algo está bien hecho o de que nos parece digno de elogio lo que han hecho? La clave podría ser vincular las etiquetas al proceso y no al resultado, especialmente en el ámbito académico. Por ejemplo, mostrar nuestra satisfacción por el grado de implicación o esfuerzo y no por la nota obtenida.

Mejorar el aprendizaje o estigmatizar

Pese a que varias investigaciones demuestran que separar a los estudiantes de acuerdo a sus capacidades podría ser positivo para una educación más personalizada y por lo tanto más eficaz, otros expertos consideran que estas prácticas llevan a la estigmatización y al rechazo y ridiculización por parte de los compañeros, y al consiguiente aislamiento y retraimiento.

Las etiquetas tienen el poder de definir en qué se convertirá un individuo. Impactan directamente en nuestras creencias sobre nuestras capacidades, de manera que un individuo, una vez etiquetado, esperará ese mismo resultado de sí mismo en situaciones similares sin enfrentarse a ellas con las expectativas intactas. Por ejemplo: “Como me dicen que soy mala en matemáticas, ya sé que no voy a entender la lección”. Es lo que conocemos como una “profecía autocumplida”.

La profecía ‘autocumplida’

En psicología, el efecto Pigmalión hace referencia a la influencia potencial que puede ejercer la creencia de un individuo en el rendimiento de otro. Este fenómeno se hace notorio cuando las etiquetas repetidas hacia los niños son interiorizadas y se convierten en una realidad asumida.

Los expertos han encontrado un vínculo entre el etiquetado infantil y el efecto Pigmalión, evidenciando que existe alta probabilidad de que las expectativas de los adultos pueden convertirse en profecías autocumplidas.

Este fenómeno ocurre a menudo con las percepciones que padres y maestros transmiten a los niños acerca de quiénes son. Las percepciones cognitivas de estos niños “fuerzan” la realidad (mediante la acción) de manera tal que llegan a ser confirmadas las percepciones y las expectativas.

Promoviendo ambientes positivos para el desarrollo personal

Es posible, y positivo, no categorizar a los niños según sus características, habilidades o capacidades. Podemos lograrlo si tenemos en cuenta el impacto que nuestras palabras pueden tener y aprendemos a abordar los desafíos de la crianza con comunicación y refuerzo positivo.

Por ejemplo, frente a la dificultad de un menor por mantener sus pertenencias y espacios personales de forma organizada, en lugar de decir “eres desordenado”, podemos proponerle la organización de los espacios de manera conjunta o pedirle: “Intenta recoger tu habitación, seguro que lo harás fenomenal, y si necesitas ayuda, dímelo”.

Expresar “eres muy especial para mí” resalta la singularidad del individuo más allá de sus logros específicos. A la hora de transmitir a un menor que es “bueno” en determinada tarea sin relacionarlo con su grado de obediencia o sumisión, se puede decir: “Me encanta cómo te esforzaste en terminar tu tarea” o “noté que compartiste tus juguetes con tu amigo, eso fue muy amable”.

En lugar de decir: “Eres talentoso”, podemos comentar: “Veo que disfrutas pintando. ¿Te gustaría probar nuevas técnicas o colores?”. Los elogios y refuerzos positivos deben otorgarse de manera oportuna, es decir, en el momento exacto en que ocurre la acción meritoria.

Brindar reconocimiento inmediato para reforzar la conexión entre la conducta y la respuesta positiva fortalece la percepción del individuo sobre su acción específica, contribuyendo a mantener la autenticidad del refuerzo. Vinculamos nuestra valoración con la acción destacada, y no con la identidad del niño.The Conversation

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Montserrat Magro Gutiérrez, directora de los Grados en Educación Infantil y en Educación Primaria, Universidad Nebrija, y Paula Contesse Carvacho, directora del Máster en Atención Temprana, Universidad Nebrija.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.