¿Puede convertirse el microbioma en una “huella dactilar” de nuestra salud?

¿Qué nos hace únicos? Seguro que muchos están pensando en el carácter, en rasgos como la forma de los ojos o la complexión física o incluso en los apellidos. El problema es que las novelas, series y películas nos han enseñado que esas características se pueden suplantar. Otros, tal vez los más familiarizados con la biología o las ciencias, podrían estar pensado en los genes, el iris o las huellas dactilares, que se usan tanto en la ficción como en la realidad para identificar individuos.

Marcador “en tiempo real” de nuestra identidad

Sin embargo, los últimos avances científicos han demostrado que existe otra forma de identificación infalible. Y a diferencia de las anteriores, no solo diría quiénes somos, sino que también daría información sobre nuestra dieta, nuestros gustos, nuestra edad, el lugar donde nos encontramos o las enfermedades que padecemos.

Hablamos de un marcador “en tiempo real” de nuestra identidad, que podría proporcionar datos incluso sobre nuestro estado de ánimo o nuestros cambios psicológicos, como se propone desde las ciencias forenses. Este nuevo “carnet de identidad” no constaría, además, de un solo factor, sino de un ecosistema completo.

Nos referimos, claro, a la microbiota intestinal, el conjunto de microorganismos presentes en nuestro aparato digestivo, que producen un montón de sustancias y compuestos indispensables para que el cuerpo y el cerebro funcionen de manera armoniosa.

No hay dos microbiomas iguales

El hecho es que cada persona posee una composición microbiana única, influida por múltiples factores. En primer lugar, la información genética, heredada de nuestros antecesores a través de nuestros padres, determina el fenotipo inmunológico o la presencia de diversos compuestos en las mucosas. Esto va a condicionar qué microorganismos prosperarán en nuestro intestino y cuáles no. Además, la transferencia de microorganismos de la madre al niño constituye una de las primeras fuentes para el establecimiento de la microbiota en el recién nacido.

La cantidad de microorganismos y sus proporciones también están moldeados por el entorno donde vivimos, que incluye factores como la alimentación, el nivel de actividad física, la exposición a microbios ambientales o el uso de antibióticos. En concreto, la dieta es un factor clave: se ha observado que cada tipo de alimentos proporciona diferentes nutrientes a las bacterias intestinales, influyendo en qué especies florecen y cuáles no.

De todo lo dicho se concluye que además de heredar genes, también recibimos como legado un ambiente y hábitos de vida y alimentación. Junto con ellos obtenemos cepas microbianas que han pertenecido a la familia desde hace generaciones y que posiblemente estén muy bien adaptadas a esas condiciones genéticas y ambientales que nos acompañan. Por eso, cada uno de nosotros atesoramos una microbiota única.

Un mundo complejo y dinámico

Este ecosistema microscópico experimenta cambios de diversidad y composición en función de los diferentes estados fisiológicos que se suceden desde el nacimiento a la senectud. De hecho, las condiciones de salud y enfermedad tienen un impacto significativo en la microbiota. Sus desequilibrios, conocidos como estados de disbiosis, pueden surgir a partir de diversas dolencias y afectar a la diversidad y la abundancia de los microorganismos.

Por añadidura, las bacterias que nos colonizan interactúan entre sí, como le corresponde a un ecosistema complejo y dinámico: la presencia o ausencia de unos microorganismos puede afectar la colonización de otros. Esto proporcionaría una instantánea de lo que nos ocurre casi en tiempo real.

Desafíos éticos y científicos

No es de extrañar, por lo tanto, que se haya sugerido utilizar esta huella microbiana como medio de identificación en un sentido biológico. Sin embargo, estamos aún lejos de que ocurra: antes habría que resolver importantes desafíos científicos y éticos.

Uno de estos grandes retos es la variabilidad de las poblaciones microbianas en cada individuo. Al estar influidas por numerosos factores, como hemos visto, resulta difícil establecer un patrón constante que nos permita obtener la identificación.

Igualmente, aún nos faltan estándares y métodos universalmente aceptados para analizar la microbiota, lo cual complica la tarea de reproducir y comparar los resultados. De todos modos, este es un campo que evoluciona con gran rapidez.

Tampoco debemos olvidar los aspectos éticos, dado que la información sobre nuestra población microbiana puede revelar detalles sobre la salud, la dieta y otros detalles íntimos. Por eso sería necesario definir nuevas políticas de propiedad de datos: determinar quién los posee y controla plantea otro desafío, especialmente si se utilizan para fines comerciales o de investigación.

Deberíamos regirnos por la obtención de un consentimiento informado y evitar que la información se utilice de manera discriminatoria en áreas como los seguros, el empleo y otros contextos.

En un futuro tal vez no tan lejano quizá seamos capaces de identificar personas, predecir enfermedades y definir tratamientos a medida basándonos en este “nuevo carnet de identidad” microbiano. Esperemos poder hacerlo con plenas garantías para todos.The Conversation

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Natalia Arias del Castillo, Investigador Principal en Psicobiología de la Universidad Nebrija y Miguel Gueimonde Fernández, investigador científico del Instituto de Productos Lácteos de Asturias (IPLA – CSIC).

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Foto de portada: FOTOGRIN/Shutterstock