Cuentan los expertos que el lenguaje es un sistema complejo, dinámico y multifacético que se desarrolla y evoluciona según el uso que le dan sus usuarios.
Aprender una segunda lengua, por lo tanto, implica un proceso no lineal que va más allá de la simple memorización de vocabulario y normas gramaticales rígidas. Es una experiencia en la que el estudiante descubre un nuevo mundo de unidades con formas y significados interconectados entre sí. Estas unidades se reconocen, se comprenden y finalmente se aprenden a través de la exposición a una variedad de contextos y situaciones comunicativas reales, como sucede con los usos de “ser” y “estar”.
A pesar del creciente respaldo de la investigación para incorporar esta visión en el aula, todavía existen metodologías de enseñanza de segundas lenguas que se centran en ofrecer listas de reglas y usos, ya que proporcionan explicaciones que pueden ser útiles tanto para los estudiantes como para los profesores. No obstante, estas listas a menudo vienen acompañadas de excepciones que generan confusión y frustración.
El dilema de “ser” y “estar”
En todas las lenguas, la noción de existencia de alguien o algo se expresa verbalmente de una manera u otra; por ejemplo, en inglés se utiliza el verbo “to be” y en francés, “être”. En contraste, en español se usan dos verbos para expresar este concepto: “ser” y “estar”.
Esta duplicidad representa un desafío para los estudiantes y profesores de Español como Lengua Extranjera (ELE), lo que ha llevado a una amplia y continua investigación tanto para la descripción de sus bases teóricas desde distintas ópticas como el diseño de propuestas didácticas para su enseñanza.
Diferencias entre “ser” y “estar”: ¿permanencia o temporalidad?
Muchos gramáticos y lingüistas han intentado establecer las reglas que determinan los usos de “ser” y “estar”. A pesar del esfuerzo, no hay un acuerdo unánime sobre la razón exacta por la que se utiliza un verbo en lugar del otro.
A primera vista, la impresión general parece indicar que “ser” se aplica a estados o características permanentes, como en “mi nombre es Elena”, “Madrid es una ciudad muy poblada” o “Margarita es pelirroja”; mientras que “estar” se reserva para estados temporales, como en “Marta está sonriente hoy”.
Sin embargo, esta interpretación tiene un problema: muy pocos estados en el universo, si es que hay alguno, pueden considerarse realmente permanentes. Elena podría cambiar su nombre, la población de Madrid podría disminuir y Margarita podría teñirse el pelo de otro color.
Además, ejemplos como “Eduardo está muerto” o “Cali está en Colombia” muestran que “estar” no siempre indica una condición temporal.
Por otro lado, el hablante no siempre tiene forma de saber si lo que está describiendo se encuentra en su estado actual o como resultado de un cambio reciente o no reciente. Esta interpretación impone una carga cognitiva y una responsabilidad excesiva al hablante.
Identificar, situar o localizar
Otra alternativa para explicar las diferencias entre “ser” y “estar” es la que sugiere que “ser” se usa para identificar, como en “mi madre es la del vestido rojo”; para situar eventos, como en “el congreso es en el edificio A”, y para describir o hablar de propiedades, como en “el gato es gris”. En cambio, “estar” se usa para localizar un objeto, como en “el mando está debajo de la mesa”, o para hablar de estados, como en “la gente está impaciente”.
Aunque es una visión con una aplicación al aula más directa, no aborda los casos en los que ambos verbos pueden ser utilizados, como en “el gato es/está gris” o “la gente es/está impaciente”.
Entonces, ¿podemos definir con más precisión cómo y cuándo usar “ser” y “estar”?
El contexto y la dimensión temporal pueden ser la clave
Nada de lo que expresamos, ya sea a través de estos verbos o de cualquier otra estructura lingüística, ocurre en un vacío: todo está influido por el contexto en el que se produce. La realidad que percibimos y describimos siempre está mediada por nuestras experiencias previas, conocimiento compartido, intención comunicativa y el estado en el que nos encontramos en el momento. Por eso, su interpretación rara vez es neutral. Como seres sociales, tenemos la capacidad de interpretar, imaginar y representar una misma situación desde diferentes ángulos.
Los verbos “ser” y “estar” describen relaciones de distintos tipos y, dependiendo de la perspectiva que queramos adoptar, podemos decir que “este mango es verde” cuando queremos clasificarlo como un tipo específico dentro de la categoría “mango” y “este mango está verde” cuando queremos hablar de su estado que indica que no está completamente maduro.
Teniendo en cuenta esta diferencia, podemos decir que “ser” identifica y clasifica dentro de una categoría sin tener una relación con la dimensión temporal, mientras que “estar” presupone una condición que ocurre en un momento específico en el tiempo o sitúa en un estado.
Integrar estos procesos mentales en la explicación de “ser” y “estar” puede parecer abstracto, especialmente para quienes buscan fórmulas mágicas para entender la diferencia. Sin embargo, la investigación demuestra que estos mecanismos ayudan a la hora de aprender una segunda lengua y comprender mejor cómo la usan sus hablantes.
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Zeina Alhmoud, profesora de Lingüística Aplicada a la Enseñanza de Segundas Lenguas de la Universidad Nebrija
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Foto de portada: Kues/Shutterstock