En la vida académica, los reconocimientos suelen anunciarse en forma de números, índices y métricas. Pero para Javier Murillo Torrecilla, profesor de la Universidad Nebrija, los números nunca han sido el destino, sino el punto de partida. Una casilla de salida que lo ha situado en un lugar extraordinario: el prestigioso ranking Stanford–Elsevier lo ha reconocido entre el 2 % de los científicos más influyentes del planeta.
El ranking, elaborado a partir de una base de datos masiva que analiza millones de publicaciones, busca identificar a los investigadores cuyo trabajo ha dejado una huella especialmente significativa en la ciencia mundial. Para ello combina indicadores como las citaciones, la posición del autor en cada publicación y un índice compuesto que mide la influencia real de sus contribuciones. La idea no es solo ordenar a los científicos, sino reflejar la profundidad, consistencia y alcance de su impacto a lo largo del tiempo.
En el caso de Murillo, ese impacto no se entiende sin mirar hacia las aulas, las políticas educativas y las desigualdades que atraviesan los sistemas escolares. Desde el Grupo CE-Ed (Calidad y Equidad en Educación), que dirige en la Universidad Nebrija, ha dedicado años a analizar cómo la organización de los centros y las decisiones políticas pueden favorecer, o limitar, la equidad. Sus investigaciones sobre segregación escolar la abordan como quien analiza una fractura social: con rigor, profundidad y la voluntad de comprender sus causas para poder transformarlas. También ha sido una referencia en estudios sobre mejora escolar, aportando evidencia útil para quienes trabajan en la transformación cotidiana de los centros educativos.
Transformar la educación
“Investigamos para comprender la realidad educativa y transformarla”, afirma Murillo, convencido de que una base de datos bien utilizada es una ventana a patrones que suelen pasar desapercibidos. “Las métricas solo tienen sentido si ayudan a orientar políticas más justas y efectivas”.
Esa visión, en la que la investigación está al servicio de la sociedad, es quizá lo que mejor define su trayectoria. Cada estudio que firma nace del deseo de responder a problemas concretos: desigualdades que se reproducen en silencio, escuelas que sin buscarlo acaban separando al alumnado, decisiones políticas que necesitan evidencia sólida para no perder el rumbo. Su objetivo nunca ha sido acumular indicadores, sino generar conocimiento útil.
Por eso, su inclusión en el ranking internacional no es solo un reconocimiento académico, también confirma el valor de una manera de investigar que combina rigor científico y compromiso social. Quienes siguen su trabajo ven en él un ejemplo de cómo la investigación educativa puede participar en debates globales sin renunciar a mejorar la vida de las escuelas y de quienes aprenden en ellas.
Para Murillo, es una noticia que afronta con humildad porque entrar en el 2 % de científicos más influyentes no es más que la continuidad de un camino guiado por una convicción esencial: la educación puede ser más justa, y la investigación tiene mucho que aportar para conseguirlo.
Texto: María Reguilón / Foto: Zaida del Río.
