Los ocho segundos decisivos para causar (o no) una buena impresión

“Lea detenidamente las instrucciones de su subconsciente. Todo gesto de nerviosismo, boca de ostra o parpadeo reactivo será anotado por ‘Pincho’”. Con esta advertencia digna de Hollywood, arrancó en la Universidad Nebrija la presentación del libro “Ciencias del comportamiento: Domina la comunicación no consciente para leer a las personas e influir en ellas”. Su autor, el influyente guardia civil y experto en comunicación no verbal con más de cinco millones de seguidores en redes sociales Juan Manuel García “Pincho”, compartió con nuestros estudiantes valiosas claves sobre los gestos que aparecen en nuestro cuerpo cuando nos expresamos.

Ocho segundos. Ese es el tiempo aproximado que tarda nuestro cerebro en procesar una primera impresión de alguien. En definitiva, saber si nos gusta quien tenemos delante o no. En este proceso, influye no solo lo que decimos con nuestras palabras, sino también con gestos como tocarse la nariz o con la postura corporal que adoptamos. “Leer a las personas no es magia, en muchas ocasiones es ciencia”, afirmaba Nicolás Marchal, director del Departamento de Seguridad y Defensa de la Universidad Nebrija y director del Grado en Criminología y Ciencias Forenses, antes de entrar en materia.

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Con esta idea en la mesa, aparece otra pregunta inevitable: ¿cómo podemos causarle una buena impresión a alguien o saber si está cómodo con nosotros? Vayamos paso a paso.  El primer ingrediente para dar una respuesta exitosa a ambas cuestiones es la confianza. Para “Pincho”, uno de los peores errores que podemos cometer en este pequeño período de tiempo es el de dudar. En cambio, “cuando generamos un sesgo de grupo con otra persona, nuestro cerebro tiene a confiar más en ella”.

Y esto pasa en algunos casos en compartir intereses o aficiones comunes. Un fenómeno que puede surgir de manera natural o que podemos llegar a forzar. A esto, en palabras del experto en comunicación no verbal, se lo denomina “preperfilado”, es decir, el aprovechamiento de los mecanismos que tenemos a mano para obtener información de un sujeto sin que lo sepa. En este punto, las redes sociales y lo que compartimos en ellas pueden convertirse en un gran expositor de nuestra vida para cualquiera, con los riesgos que esto entraña.

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El rostro, añadió, también habla. Aunque la cara funcione como un conjunto, no siempre comunica de manera simétrica. En general, el lado izquierdo suele reflejar con mayor fidelidad lo que estamos sintiendo. “Dependiendo de lo que esté ocurriendo a nivel emocional, puede haber grandes asimetrías faciales. Por ejemplo, cuando tenemos miedo, solemos elevar un poco la ceja izquierda”.

Todo esto, sumado a la sonrisa, “en la que nuestro cerebro es capaz de distinguir si es verdadera o falsa”, y a la atención que estamos prestándole a la otra persona, ya componen una imagen bastante precisa que de si estamos o no cómodos con nuestro interlocutor.

Si las señales encajan, aumentará la calidad del “rapport”, es decir, la conexión psicológica entre dos individuos. “Una de las cosas más importantes es la percepción de que tú tienes la atención total sobre mí. Si yo lo noto, me apetece seguir hablando; en cambio si veo que miras constantemente el reloj inteligente o el teléfono, la conexión se debilita”.

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El último elemento que sale a flote en la ponencia, y el más importante según el experto, es el contexto y el instante en el que se ha producido una acción o fotografía, “algo que la IA todavía no puede adivinar”. En este sentido, gestos como tocarse la nariz o cruzarse de brazos pueden significar en algunas ocasiones incomodidad o falta de apertura, pero también, simplemente, que la otra persona tiene frío. “Todo depende del momento en que se produce y de lo que ha pasado anteriormente y eso es lo que tenemos que interpretar”, advierte Juan Manuel García.

Ocho segundos bastan para que surja una buena o mala impresión. Pero entender de verdad cómo se está sintiendo alguien exige mucho más que rapidez. Debemos mirar, escuchar, analizar sus gestos e interpretar el contexto y el instante en que se producen. Porque al final nuestras palabras hablan, pero nuestro cuerpo también.

Texto y fotografías: Pablo Martínez Dorado.

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