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La historia de Alan Neumarkt, que no consiguió ir a la Luna, pero diseñó una bici

“Básicamente les voy a contar mi vida, que va transitando por varios caminos y al final confluyen en un lugar”. Con voz serena y un tono emotivo, Alan Neumarkt, profesor titular de Proyecto de Diseño Industrial de la Universidad Nacional de Mar del Plata, se siente cómodo ante los alumnos y los docentes que esperan sus palabras en el FabLab del Campus de Dehesa de la Villa. Su encuentro con el diseño y la vida comienza cuando con apenas cinco años queda “fascinado” ante la llegada del hombre a la Luna y la utilidad del módulo Spider. En su etapa escolar se pasa las horas dibujando naves espaciales y esa capacidad para plasmar y entender su entorno no parará ni cuando se convierta en uno de los primeros cien diseñadores industriales de toda Argentina. Mucho más tarde, su relato en la Universidad Nebrija llega a la elaboración de una ansiada bicicleta, pero antes hay que detenerse en sus reflexiones y en la historia lineal de sus “trayectorias convergentes”.

“Cada tanto salgo por el mundo a ver lo que se hace, pero lo que me más me gusta es conversar con los alumnos; las paredes y las aulas son solo una idea arquitectónica”, expresa. Neumarkt confiesa que aprendió y sigue aprendiendo todo en la universidad: “Siempre me pregunto cómo son las cosas y me entreno en mirar sus detalles”.

En la universidad, el joven Neumarkt se siente atraído por la “efervescencia” de un periodo que transita en Argentina hacia la democracia y por el diseñador alemán Dieter Rams, una figura esencial en el auge de la marca de electrodomésticos Braun. Sus recuerdos van y vienen también en torno a su profesor Ricardo Blanco, “un segundo padre para mí”. Bajo su enseñanza, Neumarkt se lanza con el primer prototipo de su etapa universitaria, un bastón de antebrazo que pretende ser un objeto de indumentaria alejado de su obvia funcionalidad ortopédica. Con él, gana el premio ADI en 1994. “Nunca llegó a fabricarse, pero guardé toda la documentación. Guarden siempre el material – aconseja a los alumnos- nunca se sabe, siempre pasa algo”.

“Se hacen maquetas”

En la carrera, se confabula con su amigo Marcelo Leslabay para colgar un cartel con el escueto mensaje de “se hacen maquetas” en una librería técnica. A los dos días reciben una llamada para que elaboren una sobre un local comercial. Cobran bien el encargo y montan una oficina de Diseño durante tres años. Otros trabajos de esa etapa primigenia son el diseño de un expendedor de papel de baños y una maqueta del Hotel Casapueblo (Uruguay). Con el dinero ganado, Neumarkt coge su mochila y viaja por Europa, pero a la vuelta, el matrimonio profesional termina cuando a la novia de Marcelo le dan una beca para ir a Madrid y el socio de Alan la sigue.

Más episodios vitales. Mediante sus ejemplos biográficos, el diseñador industrial argentino explica a los estudiantes la gama de colores que marca una vida profesional que, por supuesto, no deja de estar condicionada por los vericuetos personales que aparecen en el camino.

Con el bagaje de diseñadores italianos que en esa época admira como Mario Bellini, Achille Castiglioni, Etore Sottsass y Andrea Branzi, que “me quemó la cabeza con su ensayo La casa caliente, que rompía los moldes del diseño”, conoce a Néstor Piquero en un año, 1988, en el que el fenómeno de ir de compras –shopping– comienza a entrar en la vida de los argentinos. Con él, Neumarkt monta una empresa, que tendrá un largo recorrido-, ganan un concurso para exhibir las zapatillas de Nike y descubren que hay muy poco hecho en el diseño de las marcas comerciales. Luego vienen trabajos para otras firmas como Guess, Wrangler y Calvin Klein, “que nos pide una idea de tienda nueva y, en todo el equipamiento, yo le agrego una silla sin brazos y sus variaciones”. Con el tiempo, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA) compra una de estas sillas para su colección. Aquí se cumple su máxima anteriormente expresada de “siempre pasa algo”.

A finales de los 80 empieza a trabajar en la Universidad Nacional de Mar de Plata, donde aún sigue, y comparte docencia con su maestro Ricardo Blanco. Las clases le dan vida mientras el trabajo con su empresa no cesa. Los 90 consolidan el estilo del Frog Design y el desenfado de Javier Mariscal a la par que Néstor Piquero y Alan Neumarkt consiguen un nuevo encargo para Le Coq Sportif. Con una estructura para exhibir sus zapatillas “muy simple”, consiguen elaborar 300 unidades y la marca francesa incrementa considerablemente las ventas. “Nos dimos cuenta de que producir y diseñar a la vez es interesante, Nunca montamos una fábrica, pero sí la idea de una fábrica al juntar diferentes materiales”, señala.

32 tiendas en siete años

Más adelante, siguiendo su relato en el FabLab de Nebrija, aparecen grandes marcas que reclaman la experiencia de Neumarkt y Piquero como Pampero, “que nos pide reflotarla” y Alpargatas, su empresa madre con la que transformaron un edificio enorme y antiguo en una factoría outlet facilitando que vendieran diez veces más de ropa y calzado, lo que les llevó a elaborar equipamiento para 32 tiendas durante casi siete años y aprovechar la matriz de las estanterías de exhibición para desarrollar una línea de hogar. Con esta última experiencia “aprendí mucho de fabricar y vender muebles, pero no ganamos nada a pesar de venderlo todo; descubrimos que la relación directa con el cliente es compleja”.

En otro paso hacia delante, ambos participan en el diseño de 200 locales de Factory de Nike. Con este nuevo trabajo aprenden a que no todas las tiendas tienen que vender, “a veces una de una cadena posiciona el producto, mientras que las otras venden y generan beneficios económicos”.

El denominado “corralito” argentino de 2001 marca un punto de inflexión en la vida de los argentinos. Alan Neumarkt no es una excepción, pero decide darle la vuelta a la tortilla. Cuando cuatro de sus alumnos van a verle para decirle que se quieren ir del país por la situación económica y social, su profesor crea un grupo con ellos, Crisis Design, que elabora el manifiesto “Otro diseño es posible” y diseñan objetos, que comunican los problemas de los ciudadanos, como una camilla policial formada con el escudo y las porras de los cuerpos policiales que ejercen una dura represión contra los manifestantes. La camilla fue la respuesta a la muerte de Darío Santillán en 2012 en una de esas protestas y deja un mensaje claro: “La policía te tiene que salvar, no matar”. El relato a través del diseño les lleva a un discurso sobre “alternativas, sustitución y límites” y concurren a varios foros y reuniones fuera de Argentina.

Mientras en la primera década del siglo XXI triunfa en el mundo el estilo lúdico de Philippe Starck, Neumarkt, en sus “trayectorias convergentes”, se detiene en dos capítulos profesionales que recuerda con cariño: el diseño y la elaboración de las sillas en el asador bonaerense Miranda, “que no da dinero”, y el establecimiento de la marca propia Sudamerica Design. Para afianzar esta última, ambos socios transforman el depósito donde dejaban todo el mobiliario y los materiales que sus clientes no querían– “nuestro botín de guerra”- en una galería que aprovecha precisamente todos esos elementos aparentemente desechables. Allí, entre fiestas de diseñadores, organizan cursos de diseño de coches con su amigo Gustavo Fosco. Al fallecer este, Alan Neumarkt y Guillermo Portaluppi le rinden un homenaje con el libro Diseñar autos, vida y pasión de Gustavo Fosco. Neumark hace una pausa en la narrativa de su vida y entrega un ejemplar a la Universidad Nebrija. Ricardo Espinosa, director del Grado en Ingeniería en Diseño Industrial y Desarrollo del Producto,  y coordinador del FabLab Nebrija, recoge el volumen.

“Atajar locos”

También Neumarkt habla sobre su labor en el Centro de Diseño ORT y las 7000 sillas con las que lo amuebla y sobre unos artefactos diseñados para Osram, “que no derivarán en nada”, pero se detiene ante la historia de un proyecto de unos alumnos suyos que le espetan que quieren construir un avión. Él intenta disuadirlos, pero ante su insistencia, les promete que les pondrá un diez si ese avión termina volando. Se acuerda de la frase de su socio: “A veces hay que atajar locos”. Los alumnos, después de tres años y exhaustos ensamblan, por consejo de Neumarkt, todas las piezas y montan la avioneta, pero sin motor ni otras piezas internas básicas. La instalan en el jardín del campus y unas 300 personas curiosean en torno a este artefacto. “No voló, pero a estos tenaces les puse en sus libretas un 9 porque el desafío lo habían logrado”, subraya.

En este punto entra la bicicleta, un deseo apuntado en el inicio de su charla. Se encarga de diseñarla y de ver su sueño hecho realidad. Al final a Pampero no le convence poner en venta la bici junto a su ropa y Néstor y él se quedan con las 30 primeras y únicas unidades. Su sonrisa delata que los planes personales muchas veces no casan con los deseos del mercado, pero merece la pena emprenderlos.

En 2014 echa el freno y decide romper con la empresa que había montado con Néstor Piquero, que llega a tener un máximo de 16 empleados en las vacas gordas y 3, en las flacas, y centrarse en sus clases para que “mis alumnos puedan refutar mis verdades”. Entre las asignaturas que imparte se le ve ilusionado con “Semántica de productos”.

El diseñador industrial termina su intervención mencionando diversas situaciones con sus alumnos. “Si viene uno diciendo que no sabe qué hacer para su trabajo de fin de grado, yo le respondo que tiene tres semanas”, dice, pero estos casos no se suelen dar, porque, por lo general, vienen y no defienden bien el producto, “les cuesta convertir las ideas en objetos”.

La vida narrada en primera persona de Neumarkt sirve a los alumnos, que sacan sus conclusiones de los entresijos de la profesión de diseñador con los avatares de los días, pero el final les deja un regusto positivo: “Yo quería ir a la Luna, no pude, pero sigo intentándolo”.

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