Máximo Huerta

Con el amor no bastaba, el escritor Máximo Huerta abraza también la lentitud y la delicadeza de las pequeñas cosas

La querencia a la lentitud, el lento despliegue del abanico de amores, el amor a la delicadeza de las pequeñas cosas, las cosas de la memoria, su invención y sus mentiras… el universo que despliega el escritor y periodista Máximo Huerta es inabarcable para el encuentro organizado por la Cátedra BELSILVER Nebrija-L’Oréal Groupe en Comunicación, Imagen y Bienestar de la Generación Silver. De edad, experiencia y juventud también habla con la excusa de su libro Con el amor bastaba (2020).

Elio Ícaro, el protagonista de la novela, es el trasunto de Máximo Huerta que “por las noches sale a volar y se eleva entre los tejados”. Nada es casual en Con el amor bastaba, ni los nombres ni la atmósfera. “Juanrramoniano en el uso de las palabras, con un extra de volumen”, el autor valenciano cumple 55 años el próximo enero y se siente “capaz de mirar todos los pasados que caben en un pasado, de salvarse de los tiempos de heridas y de empezar a perdonar”.

Con su obra y vida conectadas, con la narración de un libro que “juega a un falso niño”, Huerta defiende la memoria como una cualidad “muy novelera que enfatiza lo que quiere la vida, que es lo más cambiante que hay”. Así como “nadie recuerda su comunión” como realmente fue, “nada es lo que sucedió sino cómo quieras contarlo y recordarlo”.

Desorden de vida

“Si pensáis en vuestro pasado, la vida está totalmente desordenada y literariamente tienes que coger esos fragmentos para unirlos porque no es nada lineal. La memoria arreglará todo eso y dará esa pátina de infancia ficticia que nos inventamos”, aclara en alusión al pensamiento de su colega Ana María Matute y a un país como España, “un mundo naif de infancias felices”.

Con la moderación de Fernando Bonete y María Gil, director del grado en Comunicación Estratégica, Protocolo y Organización de Eventos y directora de Comunicación de la Universidad Nebrija, respectivamente, Máximo Huerta reconoce “el peso de la memoria y el poso de la edad” junto con “la mirada de la madurez” que late en su obra. Aunque entiende la memoria como el “músculo más poderoso”, pediría el “don del olvido” que, con la “fabulación de la vida”, se consignara como “la mejor manera de cicatrizar algunas cosas”.

Esta y otras circunstancias aletean en su coloquio y en Con el amor bastaba, donde la madre de Elio piensa que hace bien dejando que haga lo que quiera y el padre quiere que el niño sea normal: “Los dos lo hacen con la mejor de las intenciones. El padre cree que va a ser feliz si es como los demás y la madre cree que lo será si es capaz de volar libre. Ahí está la familia como arraigo y como eje principal de la vida para bien y para mal, pero con el amor hubiera bastado”.

Detonantes para subirse a un barco literario

En un viaje de palabras de la vida a la literatura que a veces no tiene billete de vuelta, Máximo Huerta confiesa que sus novelas nacen de una epifanía, de una aparición y esa imagen, que puede ser una flor que termina en un cementerio o acompañando a una novia al altar, hace que “te subas a un barco literario”. Como el personaje de Elio, el escritor de Utiel dio “un salto” y se convirtió en ministro de Cultura durante seis días en junio de 2018. “Me caí y todas las cámaras lo grabaron… esto fue un desastre emocional y social, pero España siguió tranquila, ese es el detonante para empezar a escribir la novela”, remarca.

De ese momento, de la lectura de La balsa de piedra, de Saramago, y su mundo “onírico perfecto” y del refugio de la familia nace Con el amor bastaba. “La familia, la muerte, el viaje y el paso del tiempo son los pilares de la literatura”, dice pensativo.

Huerta, Premio Primavera de Novela 2014 por La noche soñada, Premio Fernando Lara por Adiós, pequeño, y Premio de las Letras del Ateneo Mercantil de Valencia (2025) por su trayectoria literaria, apunta a la familia como “el refugio absoluto y la prisión, la que marca el destino”.

Si hubiera tenido un hermano

Ante un nuevo reto literario se plantea preguntas para dar rienda suelta a su creatividad. Si en Con el amor bastaba, inquiere que pasaría si en la infancia hubiera sido libre y capaz de disfrutar del todo, en su próxima novela, prevista para enero, la pregunta se circunscribe a qué pasaría si hubiera tenido un hermano.

Epifanía, preguntas y la capacidad de observación se unen en la génesis de sus novelas a la necesidad de elaborar un mapa de notas mentales antes de que la tinta se desboque. Necesita saber la trama, el final, el recorrido, todo sobre los personajes y los escenarios, aunque a veces se deje seducir por “carreteras secundarias y otros desvíos” de la ruta establecida. Tampoco olvida que como “cirujano” de frases a veces tiene que cortar sin miramientos.

En su siembra de palabras con los universitarios reflexiona sobre las responsabilidades individuales y colectivas que conllevan la libertad, sobre la gran cantidad de certezas en los tiempos de estudiantes y sobre evitar lugares comunes a la hora de definir a otras generaciones. Sigue ahí el paso del tiempo de alguien “que mezclaba alcoholes y ahora bebe leche sin lactosa”. Y deja tiempo para no obviar lo bello de la pequeñez: “Estoy empadronado en la delicadeza, mi patria es la delicadeza de las pequeñas cosas. En las que me he fijado en la vida y en la literatura. ¿Hacia qué lado mueve la leche mi madre en la taza, cómo mete la mano en el sillón… Si cumples años, estás entrenado en ralentizar la vida. ¿Habéis preguntado a vuestra madre qué quería ser? No solamente quería ser madre”.

Lentitud contra las prisas

Aparece su fijación por la lentitud en contraste con las prisas que hacen que la vida sea “menos disfrutona”. Es un tema recurrente en las conversaciones —suponemos que lentas— con su colega Luis Landero. Observa que los jóvenes son mayoría en el acto que se celebra en la Facultad de Comunicación y Artes y los invita a cultivar cierto “medaigualismo” y lentitud para “no estar en el mercado todo el rato”.

Aparece el pueblo como nostalgia y símbolo para recuperar las riendas de la vida: “Uno sale del pueblo, pero el pueblo no sale de ti, ese imaginario ha hecho fuerte la literatura. El pueblo es ficticio y de mayor quieres recuperarlo. Hay un pueblo onírico para cada ciudadano”.

Recurre a la escritora Ana Maria Matute para reivindicar “la invención de la vida y hacerla verdad” porque al fin y al cabo “todos ficcionamos todo, no es que a alguien no le pasen cosas, solo hay gente que las sabe contar y narrarlas”. Al ser todos “manipuladores de nuestra vida”, Máximo Huerta aboga por las mentiras, “con sus patas largas y bonitas”, porque cada uno las ha elegido en sus relatos de vida y obra.

La felicidad en el amor verdadero

Después de pasar por encima del entramado editorial y de defender los títulos que él idea para sus novelas —cuando lo consigue, según él, son los que están en las portadas de sus libros más vendidos—, Huerta se mete en otro laberinto: el amor y la felicidad en el amor verdadero, que es “inimitable, insobornable y a veces ingobernable”.  Cree que el amor debe incluir perdón porque “por falta de perdones se han perdido grandes amores y se han roto familias, países, partidos políticos”. El amor “debe incluir perdón para tener todos los ángulos, aunque haya cosas imperdonables y la prisa mate todo”.

Hay más apuntes compartidos de vida en el encuentro: “La memoria suaviza —ahora me sentaría con gente a la que podría haber escupido hace siete años en el tren—, con el tiempo empiezas a relativizar, y el dolor no tiene memoria”. No obstante, deja para la posteridad su propio “análisis de la vida actual”: prisas, falta de palabras y falta de perdón.

En el final del turno de preguntas, María Gil agradece a Máximo Huerta su sinceridad, autenticidad y generosidad por compartir ideas y abrir sentimientos. El escritor y periodista de Utiel ya desde el principio había querido que hablara más su obra que su vida, ¿o era al contrario? De todas formas, nada más sentarse leyó el capítulo setenta y último de Con el amor bastaba para zanjar distinciones que tal vez no existan: “Espero acodado en la ventana de Aix viendo los pájaros y las casas de enfrente. Es una manera de volver a volar, de volver a ese tiempo en el que no había reparos y hacíamos todo según nos iba apeteciendo. Es el barrio donde volé libremente, lejos del mío. Se pasó la niñez de un plumazo y apareció la edad sin ser llamada. Por aquí ando de nuevo”.

Escribir con el corazón

En el índice de palabras de agradecimiento, Gema Barón, coordinadora de la Cátedra BELSILVER Nebrija-L’Oréal Groupe en Comunicación, Imagen y Bienestar de la Generación Silver, comparte que Máximo Huerta “escribe con el corazón: sus libros son refugio, memoria y belleza y su obra literaria está marcada por una sensibilidad profunda y una mirada íntima sobre las emociones”.

Con el impulso de la Universidad Nebrija, su Facultad de Comunicación y Artes, L’Oréal Groupe, Presidentex y la Fundación Antonio de Nebrija, la Cátedra se ha convertido en “un espacio académico y divulgativo dedicado a investigar, visibilizar y promover nuevas formas de entender la madurez, la belleza y el envejecimiento activo en la sociedad contemporánea”.

Texto: Javier Picos / Fotos: Zaida del Río.

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