Fogonazos

He leído recientemente una columna de opinión del escritor Julio Llamazares, cuyo fundamento estriba en la forma en que las noticias se opacan unas a otras en los medios de comunicación, pero sobre todo en cómo algunas quedan ahogadas por aquellas cuya naturaleza casi delataría un origen de fuego de artificio.

Sin entrar al trapo del margen de importancia que debamos concederles, éstas últimas no son, a la altura del significado y trasunto de las primeras, sino anécdotas que permanecen en la superficie. Y esto es como decir que preferimos enfrascarnos en el debate de lo trivial, ahuyentándonos la responsabilidad de otras discusiones siempre pendientes tras alguna que otra resurrección periódica y fugaz.

Pero lo que me llama más poderosamente la atención son el par de ejemplos que refiere el autor, enlazados a su reflexión, y que remiten a la superficialidad con que nos estamos tomando absolutamente todo en esta sociedad devorada por la prisa y la dictadura de los medios. Que se juzgue sino con qué vara hay que medir el veto al tema de la literatura en su invitación a un programa televisivo, pues la gente joven no lee -así de contundente- y su espectador tipo responde mayoritariamente al perfil de un joven, mas habría que preguntarse si al de todos o sólo al de los que no leen, porque jóvenes lectores haberlos haylos, quizás no tantos como quisiéramos, pero suficientes como para no respaldar esa perversa manipulación de tomar la parte por el todo.

Comenta también que en otro programa de televisión le indicaron que no hablara más de minuto y medio de forma seguida, pues parece que el espectador normal tiende a desconectar más allá de ese tiempo. No vamos a entrar a discutir si minuto y medio de reflexión hablada y oralidad supone o no mucho tiempo en un medio audiovisual, y si tal circunstancia emana de las características propias del medio o viene impuesta por el acelere de nuestra sociedad desde que se esgrimiera aquel ¡más rápido! con el que se ha ido construyendo la contemporaneidad.

Sólo diré que también la lengua escrita en letra de molde se ve afectada por el mismo credo: literatura hiperbreve, mensajes SMS, tweets de 140 caracteres, píldoras de información, comunicaciones casi (y sin casi) telegráficas… y toda suerte de procedimientos comunicados, cartas informativas, narrativas de ficción y no ficción, abreviadas, esqueletizadas más que esquematizadas al punto de que fondo y forma -el mensaje en sí- quedan no pocas veces desdibujados, erróneamente comprendidos en la dejadez de una sociedad que reniega de su capacidad lectora y expresiva abandonándose a un lenguaje mal aprovechado, escasamente desarrollado y complacientemente cómodo.

Una confusa marea de recortes justificada en la razón de que no se lee; dolorosa denuncia admisible a trámite si, efectivamente, no leemos porque todo lo queremos saber en menos de un minuto y medio, a fogonazo limpio. Y si esto es así, así quedamos en justicia y a base de fogonazos: aturdidos, fragmentados y atontados.

Rafael Jiménez Pascual, profesor y subdirector de la Red de Bibliotecas de la Universidad Nebrija

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