Al encuentro de la arquitectura olvidada, Amado y Patiño intimaron con la gente de los pueblos

El Instituto Nacional de Colonización (INC), de 1939 a 1971, dibujó nuevos pueblos surgidos del desarrollo de las cuencas hidrográficas españolas. Más allá de pueblos engullidos por embalses y renacidos en otras zonas, resultan poco conocidos los 300 poblados que surgieron en estas zonas gracias a la movilización de 55 000 familias y la pericia e innovación de destacados arquitectos. Para rescatarlos del olvido, Ana Amado y Andrés Patiño no solo explican esos proyectos de los grandes nombres de sus colegas de profesión, sino también la intrahistoria de unos lugares que prosperaron con el sudor y la constancia de sus gentes en plena dictadura de Franco.

En un encuentro organizado por la Escuela de Arquitectura de la Politécnica Nebrija, Amado y Patiño mostraron archivos y documentos de esas décadas de política agraria que contrastaron con sus propias fotos y argumentos de un proyecto en el que llevan inmersos desde 2016 y que los llevó a mimetizarse con el paisaje y sus habitantes. De hecho, visitaron más de 30 pueblos y vivieron durante un mes y medio en uno de ellos, Vegaviana (Cáceres), que cuenta entre su patrimonio con la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Fátima y una estatua de homenaje a la figura del colono.

Exposición en el Museo ICO

Con miles de miradas inyectadas en curiosidad, su indagación en los archivos del Banco de España y otras instituciones y su búsqueda en la prensa de la época, Ana Amado y Andrés Patiño publicaron el libro Habitar el agua: la colonización en la España del siglo XX– promovido por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación y editado por la editorial Turner-, han elaborado un documental y comisarian la exposición Pueblos de colonización. Miradas a un paisaje inventado, que se inaugura en el Museo ICO (Madrid) el próximo 14 de febrero y que en su presentación contará con el testimonio de los colonos de los pueblos.

La dinámica efectiva de esta política agraria franquista estaba clara y se basó en las propuestas republicanas, aunque sin la misma equidad social. A las familias de localidades anexas que voluntariamente querían participar en esta propuesta las autoridades les daban casa, tierra de cultivo y animales, pero “al final los agricultores tardaban hasta cuarenta años de trabajo en devolver esa ayuda”. El esfuerzo y la tenacidad de los campesinos marcaron el latido de los nuevos pueblos.

El interés arquitectónico por pueblos de colonización como El Realengo (Alicante), Villalba de Calatrava (Ciudad Real), Cañada de Agra (Albacete) y Miraelrío y Llanos del Sotillo (Jaén), y el elogio de arquitectos que gestaron los poblados como Alejandro de la Sota, Antonio Fernández Alba, Fernando de Terán y José Antonio Corrales se conjugan con el valor humano de las generaciones de estos núcleos rurales, “personas que habitan esa arquitectura haciéndola suya a partir de cero”.

Los colonos y sus relatos conquistaron el corazón de Ana Amado y Andrés Patiño. “Buscando la arquitectura nos encontramos con la gente de los pueblos y nos atraparon. Nos contaron su historia, nadie los había escuchado, incluso los despreciaban llamándolos `los colonos de Franco´, era gente olvidada que había trabajado como mulas para sacar adelante a sus hijos, pero con mucho orgullo habían construido una memoria en lugares muy agradables para vivir”, recordaron.

Todo comenzó con una lavandera

Su trabajo, autoproducido con dinero propio y con fines de semana robados al descanso, tuvo su origen en una fotografía de Joaquín del Palacio, “Kindel”, -al que el INC le había encargado registrar con su cámara los proyectos del arquitecto José Luis Fernández del Amo- que muestra una lavandera frente a unas casas en Vegaviana. Ahí comenzó el trayecto artístico y documental de Amado y Patiño que incluso durante su estancia en Vegaviana fueron vecinos de esa lavandera, ya con más años de experiencia a sus espaldas.

La interacción entre las personas y la arquitectura se demuestra, según documentaron ambos en su intervención en la Universidad Nebrija, con elementos como las canalizaciones, las fuentes públicas -neurálgicos puntos de reunión de los pobladores, “que establecían allí sus lazos de solidaridad”- e incluso los cementerios, que, al principio, no se erigieron porque los arquitectos pensaron que los colonos querrían ser enterrados en sus localidades de origen, “pero estaban tan orgullosos de sus nuevos pueblos que pidieron descansar en ellos”.

Recién llegados de Nueva York y Chicago, ambos se encuentran enfrascados en el montaje de la exposición en el Museo ICO, que estará abierta al público hasta el 12 de mayo. Fernando del Moral, director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Nebrija, les agradeció que hicieran un parón y se acercaran al foro académico para recordar que además de mejores arquitectos no está de más trabajar para ser, en un constante ejercicio de empatía, mejores personas.

Texto: Javier Picos. Fotos: Zaida del Río