Hace algún tiempo, alguien me preguntó: “¿Por qué escribes?” Sin duda es una pregunta que podría tener muchas respuestas, pero que en el momento en que surgió, me dejó sin ninguna de ellas.
Escribo (de forma consciente y con algo más de sentido) desde que tenía 12 años. A lo largo de ese tiempo, mi enfoque y mi escritura han ido cambiando. Antes escribía con esfuerzo, intentando que todo cuadrara perfectamente, que cada palabra y cada verso fueran hacia el mismo objetivo; sin embargo, actualmente no escribo así. Hoy, escribo poniendo en el folio todo lo que pasa por mi mente, sin importar si tiene sentido alguno, o si he cambiado de tema a mitad de la obra.
Debería ser al revés, claro está, pero creo que a medida que creces, te das cuenta de que gastas demasiada energía en tareas que no la necesitan, en oportunidades que surgen de forma natural, como lo es la escritura para mí. Escribo con el fin de dejar fluir todas esas ideas repentinas e inesperadas.
Curiosamente, la misma persona que me hizo aquella importante pregunta me incitó a escribir acerca de mi última gran experiencia, el viaje que le dio una vuelta a mi vida, esta nueva etapa en la que me encuentro, la universidad. Pero claramente nuestra conversación tenía un punto de reflexión; su propósito era averiguar si aquello que escribía me ayudaba a procesar todos los cambios que he estado viviendo.
Toda mi vida escuché historias acerca de lo que suponía ir a la universidad, de lo exigente y divertido que es. Del primer día de clases, los primeros amigos, etc. Lo que yo no había imaginado nunca era que, en mi caso, la universidad sería algo totalmente distinto. Comencé mis clases online, con una diferencia horaria de 6/7 horas, eso significaba estar despierta a las 00:30 o 1:00 am, encender mi cámara y hacer un gran esfuerzo por no quedarme dormida y prestar toda mi atención a la persona que se encontraba del otro lado de la pantalla. Por si fuera poco, el hecho de estar del otro lado del mundo no hacía las cosas más sencillas. Hacer amigos e interactuar con los que iban a clase presencial era todo un reto. Un año y medio después, logré venir a España, y otra vez tuve que adaptarme a las cosas nuevas que estaba viviendo, y que aún sigo experimentando.
Lo que más le llama la atención a la gente que conoce acerca de mi «pequeño talento» es que no he escrito nada sobre mi vida aquí. ¿Cómo es posible que yo, que poetizo mis relaciones en cada trayecto de metro y que escribo en un diario con el fin de reflexionar, no haya escrito nada sobre lo que ha significado mudarme de continente y empezar la universidad?
He estado pensando mucho en esto, porque sorprendentemente no lo había notado, pero por fin creo haber encontrado una respuesta, que a su vez me ayuda a contestar la pregunta inicial de todo este vaivén reflexivo.
Lo que sucede es que cuando escribo intento dejar salir lo que llevo dentro; lo exteriorizo, para que lo que me esté pasando se detenga o encuentre claridad en el proceso. Y en el caso de mi viaje, y de mi experiencia como alumna internacional, ocurre que me siento viviendo en un sueño… Motivo por el cual, me aterra que, al ponerlo en papel, se esfume.
¿Pero entonces, por qué cuando me enamoro escribo? ¿Acaso quiero que todo termine? Claramente no. Creo que la escritura real, pura y natural, no es algo que se piense, es algo que se plasma en las hojas, sin pensar mucho. Es el momento en que tus pensamientos atraviesan dimensiones y toman el control de tu mano, y simplemente traspasan la barrera intangible de lo imaginario, quedando atrapados allí, en unos cuantos versos.
Entonces, si tenemos todo eso en cuenta, ¿por qué escribo? ¿Y por qué no escribo sobre mi nueva vida en Madrid?
Escribo por lo mucho y por lo poco. Escribo porque guardo tanto en mi interior que me aterra que, si no lo pongo en papel y sale por sí solo, acabe con todo a su paso.
Escribo porque quiero conectar con la gente evitando charlas innecesarias que no tienen inicio ni final.
Escribo porque soy una over-thinker, y así le doy un break a mi cerebro.
Escribo para conocerme mejor, para aprender la importancia de los momentos que estoy viviendo y que he vivido.
Escribo para darle vuelo a mi imaginación. Escribo por los románticos empedernidos que vamos suspirando por la calle.
Escribo por aquellos que nos enfadamos sin sentido. Escribo por las anécdotas, por la familia y los amigos.
Escribo por mis alegrías y mis enfados.
Escribo por las rimas y los cuentos raros.
Escribo para las historias terminar. Escribo para encontrar paz.
Pero, sobre todo, escribo porque para mí escribir es otra forma de vivir.
Y aún en medio de estos versos, me parece imposible describir cómo es mi vida ahora en Madrid. Parece un poco tonto, teniendo en cuenta lo anterior, pero tal vez no quiero dejar ir el pasado ni afrontar la realidad de donde estoy.
Gabriela López Restrepo
Alumna de Lengua Modernas y tutora del Centro de Escritura Nebrija